domingo, 4 de junio de 2017

El sabor de la derrota.


 Cuando aún no se tiene edad para tomar decisiones importantes (cuando, de hecho, estamos a merced del cuidado de los adultos para no morirnos) se nos pide tomar una elección que probablemente nos acompañe hasta la tumba: nuestro equipo de fútbol.

 Dije probablemente porque yo soy una de esas, quizás, deshonrosas excepciones: hoy hay una gigantesca manta del Toluca en mi cuarto, pero las fotos de mi infancia muestran a un niño con playera del Cruz Azul. ¿Qué pasó? Pues que realmente el fútbol no me importaba mucho a los 8 años; pero la historia de hoy es sobre como descubrí el fútbol europeo.

 El recuerdo es nítido, casi como si estuviera ocurriendo ahora: tengo 12 años y todos los putos jóvenes le van al Real Madrid porque "allí están los galácticos, güey", y los pinches adultos porque "allí jugó Hugol, chamaco".  Eran, además. los campeones de la Champions, fuera eso lo que fuera (la novena, güey) y todo lo que eso conlleva.

 Además, en casa había televisión por cable y ya estaba en edad de no ver solo caricaturas, con lo que ESPN pasó a ser parte de mi consumo diario de televisión.

 Las dos cosas se juntaron y acabó Rick frente al televisor viendo el partido de vuelta de las semifinales de Champions League entre la Juventus y el odiado Real Madrid: según el narrador el Madrid ganaba el global 2-1 y se veía difícil que la  Vecchia Signora (¿y eso que significa?) le diera la vuelta: por mucho que Buffon, Thuram, Davids, Nedved, Trezeguet, Del Piero y su entrenador, Marcello Lippi (¿y esos quienes son?) se dejaran el alma en Delle Alpi (¿qué?) enfrente estaban los galácticos (guëy), el equipo donde se volvió leyenda Hugol (chamaco).

 Y pasó: un centro de Nedved que iba largo fue regresado de forma genial por Del Piero para que Trezeguet le rematara en las narices a Iker Casillas (ese sí sé quien es) el uno a cero; el mismo Del Piero pondría a Fernando Hierro de rodillas con una genialidad para el dos a cero y en el medio tiempo empezaría a aflorar en mí una emoción extraña: este equipo de rayas negras y blancas juega como una pinche maquina, la gente grita los goles como si fuera la final de un mundial, el espíritu, la entrega, la elegancia, el nivel de juego, todo esto me está gustando.

 Cuando en el segundo tiempo Buffon atajó el penal de Figo, sin saberlo, yo ya era un tifosi bianconeri más de los millones que hay en el mundo. Cuando Pavel Nedved corrió como si fuera Flash para meter el balón en la porteria del Madrid ya no tenía dudas: amaba el fútbol y amaba a la Juventus. Los amaba tanto que la amarilla que privó a Nedved de la final (y, probablemente, a la Juventus del título) me dolió en el alma. Y el gol de Zidane (pinche pelón, me dije en aquel entonces, no sabe lo que es jugar en un equipo chingón como la Juve) me puso nervioso.

 El partido terminó; mi vida había cambiado.

 El final de la historia es más bien triste: el día de mi cumpleaños mi Juve perdió en penales la final de aquella Champions contra el Milan.

 Investigaciones posteriores me mostraron que me había subido al barco que más veces ha naufragado en ese último puerto llamado Final de la Champions. Algunos años después me tocó vivir aquel suceso llamado Calciopoli, que termino con mi Juve jugando en la Serie B. El regreso a Serie A trajo años obscuros.

 Luego, en 2011, comenzó una época maravillosa que nos trajo seis Scudetti, tres copas de Italia, que la Juventus no ganaba desde que yo tenía 5 años... y, con la de ayer, dos nuevas derrotas en la Final de la Champions.

 Pude haberme bajado del barco en cualquier momento, después de todo nadie me vio subir y no sería la primera vez, pero Del Piero lo dijo mejor que nadie: Un cavaliere non lascia mai la sua Signora.

 Lo de ayer es un episodio más de esa tragedia que, en su momento, representa amar a la Juventus. ¿Triste, enojado, decepcionado y adolorido? Sí, pero nada más. Si la alegría que me dan estos colores significa que en vida me tocará perder otras cuatro finales de Champions y no ganar ninguna entonces que así sea, porque el primer amor de un hombre es para toda la vida.

 Te amo, Juventus, hoy, mañana y siempre.


¡Fino Alla Fine!

¡Forza Juventus!

Rick s'en va.